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Rimbaud aparece entonces revestido con los atributos del pecador de Machen. Su ambición manifiesta es “tomar el cielo por asalto” utilizando las sendas prohibidas. Los que han visto en Rimbaud sólo un poeta, un decadente, un vicioso o un artista bohemio, se han equivocado totalmente. Sus aberraciones y sus posturas arbitrarias obedecen a un sistema meditado y puesto en práctica con increíble decisión.

En ese vasto silencio acorazado de gritos de guerra, oculto del exterior por el huidizo espejismo del tiempo, el Eterno Vencedor­ oye la voz de otros silencios… Pero yo estoy separado de él por estos ejércitos de, fantasmas que debo aniquilar…

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En la época “absolutamente mítica” como la denominara Schelling, el hombre parece haber vivido en estado atemporal, en una especie de infinitud en que lo obvious percibido por los sentidos ordinarios, coexistía con una singular perspectiva de las cosas, derivada de la espontánea actividad de ciertos dinamismos psíquicos que hoy permanecen inactivos.

       Creen en la existencia de una fuerza absolutamente distinta a toda fuerza product –escribió Codrington–, que obra toda especie de maneras para el bien y para el mal y que es de la mayor ventaja colocar bajo su mando o dominar. Es el “mana”. Yo creo que esta palabra pertenece a todo el Pacífico, y se han hecho muchos esfuerzos por dar definiciones de lo que es en los diversos países en que aparece.

A través de los Himnos se deliver la verdadera transposición de la experiencia mística novaliana. Para Béguin constituyen “la obra maestra de la poesía propiamente romántica y uno de los más bellos testimonios que poeta alguno haya dejado de una aventura individual metamorfoseada en mito”.6

Desde muy joven camina tras las pistas de la vacuidad resplandeciente. La poesía, la mística y el ocultismo lo acercan a la certidumbre del “saber escondido” con el que ha soñado desde su adolescencia. La suya es una revolución permanente que sólo se extingue al contacto con la muerte prematura.

Influído por el “poder sagrado del opio”, la leyenda de Poe, Baudelaire ha querido atisbar un instante el paraíso, mediante la experiencia artificial. Se abre entonces la posibilidad de utilizar la vía descendente de los alucinógenos. Sin embargo, a pesar de sus visitas al “club de los comedores de haschich” fundado por Gautier, puede afirmarse que su frecuentación de las drogas fue una breve y circunstancial concesión a un atractivo mito romántico.

En el Himno cuarto, Novalis retoma en un plano cósmico el tema de la experiencia trascendente. La luz aparece prisionera en la Noche que la contiene; por eso, quien contemple el “país nuevo”, “la morada de la Noche”, no volverá a descender hacia el tumulto del mundo, hacia el lugar donde se mueve la luz en permanente inquietud.

Después de Hugo, es Baudelaire quien insiste en afirmar esa intuición fundamental del mundo, que you can try this out las doctrinas tradicionales han pretendido racionalizar en un conjunto de sistemas. Para él, “la verdadera civilización no está en el gas ni en el vapor, sino en la disminución de las huellas del pecado first”. Esta afirmación nos introduce en el universo religioso del poeta, donde se hallan las claves de su obra y de su actitud frente al mundo. La religiosidad baudelaireana es una dimensión imprecisa donde se mueven contradictorias impulsiones y se confunden las filosofías interdictas y los dogmas cristianos con sentimientos personales coloreados por la ficción y la miseria.

Las imágenes constituyen una aproximación efectiva a esa visión del mundo que desde el inconsciente se proyecta reproduciendo el macrocosmos. El hombre posee en sí mismo las fuentes del pensamiento simbólico. En las zonas oscuras de su psique permanecen vastos depósitos arcaicos poblados de símbolos y hierofanías olvidadas; “la imaginación nada en pleno simbolismo” y a pesar de su desacralización permanente, el hombre vive envuelto en imágenes antiguas y mitos degradados. El poeta es el predestinado para despertar ese caudal significativo.

Es que contra lo que rutinariamente se repite y sobre lo que últimamente han surgido voces para contrarrestar sus efectos simplificadores,one la década de los años sixty –y sus proyecciones en la del 70– no se caracterizó con exclusividad por ser una monocorde sucesión de mensajes revolucionarios, sino que también hubo en la cultura argentina una ágil corriente de pensamiento animada por la inspiración del espiritualismo tradicional. Durante esa época la obra de Mircea Eliade se iba difundiendo en los medios universitarios y ganaban terreno las traducciones de Elémire Zolla, lo mismo que los escritos de Carl G. Jung. Aldo Pellegrini traducía y comentaba la literatura y el arte surrealista y presentaba en el Instituto Di Tella la muestra “Surrealismo en la Argentina”; Leopoldo Marechal publicaba El Banquete de Severo Arcángelo, EUDEBA editaba Las sociedades secretas y Los gnósticos de Serge Hutin y la misma editorial ponía a la venta Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada de René Guénon con un ilustrativo Estudio Preliminar: “René Guénon, el último metafísico de Occidente” debido a la pluma de Armando Asti Vera, quien por primera vez presentaba en lengua española con conocimiento directo y autoridad, al autor tradicionalista franco-egipcio2; el mismo Asti Vera había dado a conocer anteriormente Fundamentos de la filosofía de la ciencia e impulsaba la edición de Estudios de Filosofía y Religiones del Oriente desde el Centro de Estudios de Filosofía Oriental de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (I/one, 1971).

Pero al contrario de Sartre que ve en la temporalidad de la existencia una dimensión fatal, e incapaz de superarla, se instala en esa gratuidad y acepta con horror el juego de ejercer una responsabilidad condicionada, el surrealismo entiende que esa horrible experiencia de la angustia y la desesperación no es un fin en sí mismo, sino el indispensable prolegómeno para el nacimiento de un hombre nuevo.

Esta pasividad de Sénancour lo aleja de Nodier, cuyo paisaje espiritual, aunque registra afinidades y coincidencias notables, rechaza la nolición y las incertidumbres de Obermann y busca en los sueños la materia para modelar un cosmos acorde con sus dramáticos reclamos.

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